Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* Esa corriente ideológica se dividió después de 1940.
* “Eran cuatro gatos”, expresaba con sorna un ex comunista.
* El movimiento recuperó cierta fuerza en países sudamericanos.
* Bolivia, entre golpes de Estado castrenses, fue un caso notable.
* Fue liquidado en Chile luego de la asonada militar pinochetista.
* Según Julián Posada, los extraterrestres impondrían el comunismo.
A su llegada a México, el 9 de enero de 1937, los seguidores de Lev Davídovich Trotski sumaban algo más de medio centenar, y tras su muerte el 21 de agosto de 1940, tres años más tarde a manos del español Ramón Mercader, un agente del NKVD de Iósif Stalin que había planeado el asesinato junto con su madre, Caridad del Río, el movimiento se escindió y se hizo aún más pequeño.
“Eran cuatro gatos”, solía decir Luis Gutiérrez Esparza, ex comunista mexicano, quien reconocía la permanecería esa corriente ideológica en México, resurgiendo en las décadas de 1960 y 1970 en otros países latinoamericanos, manteniéndose como una fuerza latente y extraña en Bolivia, Chile y Argentina, tres naciones en los cuales su militancia asegura: “El trotskismo sigue vivo”.
En la Bolivia de la década de 1950, el trotskismo se convirtió en el movimiento de los trabajadores, vinculado a la Central Obrera Boliviana (COB), que hasta el día de hoy tiene una resonancia, no obstante que el golpismo militar fue un mal crónico en la nación altiplánica.
Su partido afín, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (POR), obtuvo cierto peso político, apoyando la nacionalización de las minas de estaño ejecutada el 9 de abril de 1952 por la presidencia de Víctor Paz Estenssoro, paralela a la redistribución de las tierras mediante una reforma agraria.
En 1954 se aliaría con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), en aquel entonces la organización política en el gobierno; pero no en el poder, con el que Estados Unidos simpatizaba, perdiendo así cualquier pretensión de tener una agenda independiente de clase.
Así se allanó el camino para el golpe militar del 4 de noviembre de 1964, ejecutado por el aviador René Barrientos Ortuño, a pesar de que el gobierno de Estados Unidos había conseguido colocar al movimiento obrero de su parte bajo las administraciones del MNR, antes de la asonada.
En Chile, el trotskismo ganaría fuerza con la fundación del Partido Obrero Revolucionario (POR) en 1937, abiertamente hostil al estalinismo, liderado en la década de 1960 por Luis Vitale; pero el cruento golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno socialista del doctor Salvador Allende liquidó al movimiento obrero chileno sumergiéndolo en la oscuridad.
Como tantos otros dirigentes que integraron la Unidad Popular del médico muerto en el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile, Vitale acabaría en un campo de concentración, y finalmente en el exilio, como José Tohá, Luis Corvalán, Pedro Vuskovic, Carlos Altamirano y Clodomiro Almeida entre muchos otros.
En Argentina, el trotskismo ha tenido múltiples variantes, la más famosa dirigida por un personaje de lo más excéntrico, conocido por su alias de Julián Posadas, quien sostenía la creencia en una guerra nuclear inevitable, la invasión preventiva a Estados Unidos y la llegada de los extraterrestres como vía al comunismo.
Excentricidades aparte, Posadas fue capaz de convertirse en actor político del momento, algo que otras corrientes trotskistas mucho más inmovilistas no han conseguido, y tan es así, que la IV Internacional Posadista aún subsiste y, créase o no, ha sido partidaria de Cristina Fernández y de su difunto marido, Néstor Kirchner.
Sin embargo, fue entre 1960 y 1070 cuando el trotskismo tomó fuerza en América Latina, coincidiendo con el ascenso de la lucha revolucionaria, en los años de las guerrillas foquistas fomentadas por Ernesto “Che” Guevara en Bolivia, Venezuela, Colombia y Guatemala, además de luchas en las calles del mundo, de protestas estudiantiles y manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
Esto marcaría los destinos de muchos países, con movimientos obreros que reivindicaron -y consiguieron- notables mejoras en sus condiciones de trabajo y salariales; pero castigados y duramente reprimidos, con miles de huelguistas despedidos y activistas muertos y desaparecidos, especialmente en Argentina.
La guerrilla trotskista del Ejército Popular Revolucionario (EPR) y la oposición armada del Movimiento Peronista Montonero (MPM) fueron las organizaciones armadas en contra de las cuales la camarilla de los generales de Buenos Aires efectuó las peores atrocidades y lució sus feroces atributos represivos.
Los años de las décadas de 1980 y 1990 testimoniaron las derrotas de la clase trabajadora, que perdió muchas de las conquistas conseguidas en educación, salud y vivienda, a cambio de persecuciones, represión y cárcel, si no con la tortura y la muerte.
El 1 de abril de 1964, con el golpe castrense del cesarismo militar en Brasil, la “Operación Cóndor”, sin ese nombre, adoptó la Teoría de la Seguridad Nacional estadounidense que, sin duda, permitió a los generales arrasar con las democracias latinoamericanas, con el apoyo explícito de Washington.
En la actualidad, las causas que el trotskismo ha defendido siempre -la lucha contra el colonialismo y la opresión capitalista- siguen vigentes, a pesar de lo mucho que el mundo ha cambiado desde que esa corriente naciera, aún antes del asesinato de su inspirador, el aliado de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin.
No existe el colonialismo tal y como su fundador lo conoció; pero sí el colonialismo interno y económico a través de la globalización y, por supuesto, la desigualdad a que ha llevado al capitalismo a permanecer inalterable, con cada vez menos ricos y cada vez más pobres.
El problema para las múltiples facciones trotskistas, dice el dirigente argentino Nahuel Moreno, es que nadie los representa: “En pocas y respetuosas palabras, no hay partidos ni sindicatos que hablen por los trabajadores”.
En opinión del veterano Moreno, en medio de una crisis mundial, y a pesar del “látigo del desempleo” que impide que el movimiento de los trabajadores avance, “la lucha de clases continúa, y la causa del movimiento revolucionario sigue vigente, y sigue siendo justa y la vigencia de la Revolución, que va a continuar como cuando Trotski lo hizo antes, durante y después de 1917”.
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