Por Mouris Salloum George
Es universalmente aceptado que los tiempos de gloria del Imperialismo yanqui coincidieron con el triunfo de los aliados en la Segunda guerra mundial, la guerra fría, la fuerza política y económica de la Casa Rockefeller, el Plan Marshall, los organismos internacionales tipo OTAN, las bases militares apuntando hacia la URSS y toda la parafernalia que conocimos.
No se pueden separar ninguno de los anteriores fenómenos con la época que los produjo. De la Segunda guerra surgió invencible el Imperio que existió. La enorme influencia de los militares y de los aparatos de inteligencia y penetración que fecundaron los espíritus febriles de los proimperialistas de todas latitudes.
La soberbia inigualable de los aparatos de dominación financiera y obviamente política de los emporios como la Casa Rockefeller, de donde salieron casi todos los candidatos a la presidencia estadunidense, se reveló en la frase lapidaria de “dios salve a la Standard Oil”, y no era en vano. En ese emporio petrolero se reflejaban las clases políticas dominadas y el curso de todos los acontecimientos.
Eran auténticas dinastías que hasta se dieron el lujo de habilitar al viejo general retirado Marshall para ofrecer todo un paquete de ayudas económicas y financieras condicionadas dizque para la restauración de las capitales europeas, que ellos mismos o sus socios habían devastado. Todo un ícono de la guerra fría.
Los desplantes de colonización que los mismos utilizaron para invadir las economías de la Cortina de Hierro, el viejo pacto de Varsovia, que sucumbieron ante los flujos económicos de producción, cooperando con la mano de obra super calificada de los países bajo la égida socialista. A ese fenómeno se le llamó inteligentemente: Vodka Cola.
Primero era el sojuzgamiento, y después corrían aparejados los organismos militares de defensa de la democracia a su modo, que representaron organismos como el Tratado del Atlántico del Norte- OTAN, por sus siglas conocidas-. No había necesidad de los mismos, ni de alinear a Estambul, cuando los misiles norteamericanos apuntaban desde Turquía a Moscú.
Pero bueno, lo mismo pasaba con los organismos multilaterales de asistencia, era el caso de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación – FAO, por sus siglas conocidas- para llevar cereales y alimentos a zonas con grandes sequías, a cambio de lealtad. El famoso triage, fue la fórmula samaritana para hacerlo.
Es decir, dar alimentos y subsistencias sólo a aquellos países que podían sobrevivir, como se hace con cualquier pelotón rezagado en una invasión. Los que no podían sobrevivir, pues no sobrevivieron. Esa fue la tónica de todo. Hoy, eso mismo ya no puede ser. La United Fruit Company garantizaba el control político de todo Centroamérica.
A lo más que llegaron algunos regímenes mexicanos del pasado blanquiazul fue a tomarse la foto con un puñado de cascos azules locales que engordaban el caldo, sin entrar al terreno de las operaciones en el centro de Europa, por ejemplo.
Por eso, las bravatas de los dizque ayudantes de Biden azuzando a los nacionales para que ingresen a la OTAN es un sin sentido. En el Norte se sabe que aquí no pueden contar con un apoyo militar de peso, porque el ejército y su capacidad de fuego desapareció para formar la famosa Guardia Nacional.
Sólo puede tomarse como una distracción de pacotilla, para seguir alebrestando el sentimiento antiimperialista, que en los momentos cruciales de la Nación sin vacunas puede ser de letales consecuencias. Necesitamos ponernos a trabajar en lo urgente e importante. No en las zarandajas de ocurrencia. Ya no.
México pasa por una zona peligrosa que puede marcar la diferencia ente la supervivencia o la hecatombe social. Y todavía viene lo peor.
¿Ir a la OTAN? ¿A otro perro con ese hueso?
Vale!!!
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