De acuerdo a un boletín publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) a fines del año pasado, la pandemia por COVID-19 ha exacerbado la desigualdad de ingresos, alimentación y mal nutrición en América Latina y el Caribe.
Los gobiernos han puesto en marcha programas de protección social que mitiguen los efectos del virus a la economía y alimentación. No obstante, pese a que son de gran ayuda, los programas no suelen incluir frutas y verduras frescas, carnes o pescado. Siendo estos alimentos, las principales fuentes de nutrientes.
Los alimentos no perecederos y enlatados son más económicos, pero con efectos negativos para una nutrición adecuada. Son alimentos ultraprocesados con exceso de azúcares, grasas y conservadores.
Menor poder adquisitivo, cierre de programas de alimentación escolar y el oportunismo y promoción publicitaria de alimentos son las principales causas del impacto negativo en una alimentación saludable.
Entregas gratuitas de alimentos, donaciones a programas de asistencia social y cambios en empaques con mensajes de motivación, volvieron labor titánica a la población para tener una alimentación nutritiva.
En 2019, América Latina y el Caribe tenía 262 millones de adultos y 4.9 millones de niños con algún problema relacionado al sobrepeso u obesidad. Lo anterior, de acuerdo a cifras oficiales de la FAO; que culmina con 600 mil muertes anuales relacionadas a una mala alimentación.
Es muy pronto para arrojar datos cuantitativos de las desastrosas consecuencias que la pandemia producirá. Por ello, es pertinente tener consumidores empoderados, conscientes y conectados para tomar acciones que guíen a una alimentación saludable y mejor estilo de vida.
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