Pablo Cabañas Díaz
Carl Lumholtz(1851-1922), nació en Noruega, se graduó en Teología en 1876 en la Universidad de Christiania, hoy Universidad de Oslo. Sobre su vida dice el jurista mexicano Luis Romo en su libro :Carl Lumholtz y El México desconocido , “fue es un autor bastante singular por tres motivos. En primer lugar, por su nacionalidadː no es originario de Estados Unidos, España ni de ninguna potencia europea, sino de Noruega. En segundo término, por su currículum, tan brillante como exóticoː tras graduarse la Facultad de Teología… sus inclinaciones naturistas lo conducen a Australia… En tercer lugar, se distingue también por el propósito de su presencia en México. Los otros extranjeros del siglo XIX observan a los indios como parte de un paisaje mexicano que recorren por asuntos de negocios, profesión o política. Por el contrario, el noruego viene precisamente a conocer a los indios en su calidad de antropólogo; es de paso como echa una mirada a los demás horizontes del país.”
Tras sus viajes de estudio a Australia y algunos viajes a Europa, llegó a México en 1890, en pleno en auge del porfiriato. En el primero de sus seis viajes al país llegó acompañado de 30 personas y empezó a buscar en Chihuahua si había descendientes de los indios Pueblo de los Estados Unidos. Encontró que no había, pero se apasionó por los grupos que estudió. Cuando la revolución interrumpió sus estudios, se fue a investigar a la India. Murió deseando explorar Nueva Guinea.
La académica Regina Lira Larios, señala que en su libron:“El México desconocido”, “Lumholtz explica que la idea de explorar el norte de México fue concebida en Londres en 1887 donde escuchó hablar de las admirables cavernas al suroeste de Estado Unidos , de cuyos pueblos “de seguro” no quedaban rastro en ante lo cual se pregunta: “¿No podría suceder que algunos descendientes de ese pueblo existiesen todavía en la parte noroeste de México, tan poco explorada en el presente?”.
La primera expedición fue financiada conjuntamente por la Sociedad Geográfica de Nueva York y fuentes privadas, y al parecer las otras expediciones solo participó “un amigo” que dio “la parte principal de los fondos” y deja en anonimato. Con los documentos oficiales proporcionados por el entonces Secretario de Estado James G. Blaine y el Secretario de Relaciones Exteriores Ignacio Mariscal,-a quienes dedica un especial agradecimiento en su libro-, se le confiere la libre introducción de equipaje por la aduana, privilegio de escolta y numerosas cartas de presentación para personas distinguidas del norte de México. En su visita a la ciudad de México como parte de sus preparativos de su viaje fue recibido “con la mayor cortesía” por el mismísimo Presidente General Porfirio Díaz en el Palacio Nacional y miembros de su gabinete “con apreciaciones sobre la importancia y valor científico. Lira Larios, menciona que las etapas de sus viajes fueron reportadas por la prensa nacional en inglés (Mexican Herald y Two Republics ) y en español, tanto de la ciudad de México como por periódicos locales. Reportando su llegada a México, en el periódico la Voz de México informaba: El profesor Lumholtz viene recomendado al gobierno de México por el gobierno de los Estados Unidos del Norte, y trajo cartas del Sr. Romero, nuestro ministro en Washington, y del presidente de la república, general Porfirio Diaz. (…) La expedición viene provista de todos los instrumentos necesarios para hacer sus observaciones, trayendo entre tantos aparatos, cámaras fotográficas con los últimos perfeccionamientos, y fonógrafos.
En septiembre de 1890, salió la primera expedición y cruzó la frontera desde Arizona hacia Nacori, Sonora, con un equipo de “hombres de ciencia y estudiantes” que incluían: geógrafo físico, arqueólogo, botánicos, zoólogo y un mineralogista, conformando un equipo de 30 personas con guías, cocineros -uno chino de nombre Ki-, muleteros, además de un centenar de “mulas, asnos y caballos”, y su fiel acompañante, el perro llamado “apache”
Lira Larios, aporta un dato importante, la narrativa de Lumholtz sobre el norte mexicano de la década de 1890 traza una especie de terra incognita , desolada y precaria, en riesgo latente de ataques apaches y con poblaciones indígenas de quienes “poco más que su nombre era conocido”. Sin embargo, desde la década de 1880 esta región entra en un periodo de transformación acelerada que merma la distancia entre Estados Unidos. y México y crea las condiciones para las relaciones bilaterales. Con la inauguración del telégrafo desde 1881 y poco después del teléfono, el sofocamiento de las incursiones que por décadas aterrorizaron a las poblaciones fronterizas, y la inversión extranjera, miles de estadounidenses llegan para la construcción y manejo de las redes ferroviarias, la explotación de minas y la enseñanza del inglés. Este periodo de modernización enfocado en transformar el “norte precario” en un “norte industrioso” implicó un proceso de territorialización, que se caracteriza por un creciente control gubernamental en la región fronteriza que regula el movimiento de personas y de mercancías, dado simultáneamente a la consolidación de los Estados-nación tanto en México como en Estados Unidos. aunque en diferentes ritmos y revelando diferencias notables entre ambos países, especialmente en las concepciones sobre la tierra y el territorio. Este también significó el desplazamiento de poblaciones yaquis, tarahumaras, tepehuanes del sur, nahuas, otomíes, entre otros, con una política gubernamental que favorecía el asentamiento de nuevos colonos, especialmente de origen europeo, y la “colonización minera” actividad que sigue siendo clave en al economía del norte de México.
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