“En mi corazón, siempre seré mexicano”, dice la placa colocada en su escultura
Por Pablo Cabañas Díaz
El ucraniano Yuri Knorozov (1922- 1999) estudió egiptología, lengua árabe y los sistemas de escritura de la antigua India y China en la Universidad Lomonósov de Moscú.
Después de defender su tesis, se fue a Leningrado donde ingresó en el Instituto de Etnografía para dedicarse por completo al estudio de la escritura maya.
Hoy conocemos su vida como mayólogo, gracias a la doctora Galina Yershova, quien colabora en la Academia Rusa de Ciencias en el Centro para la Investigación de Mesoamérica. Su artículo: “En memoria Yuri Knorozow” fue publicado en la revista Estudios Latinoamericanos, en 1999.
La obra de Yuri Knorozov es fundamental para los estudios de la cultura maya, él logró el desciframiento de la escritura maya, lo hizo contra al escepticismo general. Knorozov, estaba seguro: “Lo creado por una mente humana, puede ser resuelto por otra mente humana”.
Desde este punto de vista “no existen y no pueden existir problemas no resueltos en ninguna área de la ciencia”. Su maestro, Serguéi Tókarev confiaba en él y le apoyó plenamente, aunque tuvo que advertir a su alumno del camino largo y lleno de dificultades.
Empezó por el alfabeto del fray Diego de Landa, un misionero español de la Orden Franciscana en Yucatán que fue obispo de esa misma provincia en los años 1570 e hizo las primeras investigaciones sobre las escrituras mayas. A lo largo de cinco siglos, cientos de científicos intentaron descifrar el código maya, sin embrago, solo lo consiguió Knórozov.
El lingüista ruso encontró que Landa, quería encontrar un equivalente de los signos mayas para cada letra del alfabeto español, pero no había equivalencia.
Su principal rival fue el británico Eric Thompson, el especialista en escritura mayas más respetado de la época. La guerra fría también se desencadenó en el campo lingüístico. Thompson incluso llegó a cuestionar la integridad personal y científica de Knórozov. Tuvieron que pasar más de veinte años para que el mundo reconociera el descubrimiento de Knórozov, hizo el descubrimiento sin haber estado nunca en las tierras de los mayas y tampoco hablar español.
Su primer viaje a Centroamérica fue en 1990, 38 años después de su descubrimiento. Entonces, visitó Guatemala invitado por el presidente del país, que le entregó la gran Orden del Quetzal, la distinción más importante del gobierno guatemalteco.
En 1994 el gobierno mexicano le otorgó la Orden Mexicana del Águila Azteca en la Embajada de México en Moscú. En 1995 Knórozov visitó México para participar en el III Congreso Internacional de Mayistas y en 1997 el científico emprendió su último viaje a México, donde visitó varios sitios arqueológicos de Yucatán.
En los años posteriores al desciframiento, Knórozov leyó un sinfín de textos, e hizo importantes observaciones sobre el mundo maya. Descubrió que en Palenque debía estar la tumba de una mujer. En 1995 se descubrió allí la tumba de la Reina Roja, se llama así por la cantidad de cinabrio rojo que la cubría.
El último sueño realizado fue un breve viaje al sitio de “cuatro esquinas” en los Estados Unidos. Quería ver estos lugares, porque pensaba que, desde estas tierras, hace mucho, habían venido aquellos que contribuyeron a la creación de la cultura maya. Sabía que ya no le daría tiempo probar su teoría, tal vez la más apasionante en su vida, sin embargo, se sentía bastante complacido.
Yuri Knorozov no murió en Xcaret, como soñaba. Falleció el 30 de marzo de 1999 en San Petersburgo.
En la entrada principal del Centro de Convenciones siglo XXI, en Mérida, Yucatán, se levanta la figura en bronce de Knórozov, un hombre de cara afilada y gesto adusto, que entre los brazos lleva un gato. “En mi corazón, siempre seré mexicano”, dice la placa colocada a sus pies.