“Quizás la humanidad necesite como jamás una escuela de moral, porque hay un retroceso perjudicial de conflictos interesados, que nos están dejando sin alma”.
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Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Salgamos de la tristeza. Es verdad que a veces cuesta despojarse de los condicionamientos del pensamiento común, pero lo que cuenta al fin, es no desperdiciar el mayor bien, que no es otro que una vida sensata. No existe un signo más real de debilidad, que esta nueva era marcada por la desconfianza entre análogos, lo que genera una violación permanente de derechos y obligaciones. Desde luego, cada día son más escandalosos los incumplimientos, desembocando en un deterioro general de tipo social, económico y humano. Sin duda, esta injusta atmósfera suele dejarnos verdaderamente desolados, ante la multitud de violaciones evidentes de la dignidad y de los derechos que proceden de ella, que terminan por envenenar las relaciones entre sí y entre los pueblos, impidiendo todo posible diálogo sincero.
Conversar, aparte de facilitar la solución de los conflictos, ayuda a descubrirse en la escucha. Es público y notorio que la quietud y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de instaurarse sobre el miedo a la mutua destrucción de vínculos. Indudablemente, cualquier tipo de ataque pone en riesgo el proceder, que todos tenemos derecho a respetar, desde una ética global de solidaridad y cooperación entre toda la familia humana de hoy y de mañana. Lo que no podemos admitir, bajo ningún concepto, es que millones de seres indefensos caminen en condiciones infrahumanas y con un clima de miedo sobre sus espaldas. Debiéramos, desde luego que si, crear entornos y herramientas que aseguren el cumplimiento normativo; que si bien ha de podarse continuamente, también ha de observarse con la gracia de la reinserción a escena viviente.
Quizás la humanidad necesite como jamás una escuela de moral, porque hay un retroceso perjudicial de conflictos interesados, que nos están dejando sin alma. Ciertamente, no es nada fácil contar con líderes que estén a la altura de las circunstancias, que se involucren en las tareas colectivas, ante las ruinas de una cultura incapaz de consensuar nada. Cuesta entender, por ejemplo, que las ofensivas de los rusos en Ucrania pongan en riesgo la seguridad alimentaria en el mundo. Contra estas actitudes, verdaderamente crueles hay que actuar con firmeza. Lo mismo sucede con esa multitud de niños, que sin hacer nada son separados de sus progenitores y llevados a campos verdaderamente crueles y doctrinarios. Por desgracia, olvidamos que es un deber convivir y vivir para los demás, aparte de ser pauta de gozo que aminora soledades impuestas y ansiedades injertadas en vena.
Por ello, nos alegra enormemente, que la Nueva Agenda de Paz describa un conjunto de recomendaciones que se enmarcan en torno a los principios esenciales de confianza, solidaridad y universalidad, los cuales son fundamentales para la Carta de las Naciones Unidas y para un mundo estable, que está globalizado, pero tremendamente enfrentado. Urge, pues, que la observancia no levante fronteras ni genere más frentes, sino que habrá horizontes de luz y supervivencia. Además, hacen falta compromisos verdaderos, sobre todo que los diversos Estados vuelvan a comprometerse, con un orbe libre de armas que refuerce el alma y decaiga el espíritu de lo maligno.
Realmente, tenemos que encauzar los andares de aquí abajo, hacia lo armónico; con la certeza de ser escuchados, para intentar entre todos promover la cohesión social, con modelos de prevención diversa, que aborden todas las formas de hechos violentos, de conductas corruptas y de situaciones inflexibles, tanto en el ciberespacio con las hostilidades como en el espacio ultraterrestre con el poderoso caballero don dinero. A mi juicio, la primera receta de sanación, radica en salir de este arresto dominador que esclaviza y no libera, porque el futuro hay que revitalizarlo desde el desarme, pero también desde el marco global de la ética y su cumplimiento para el multilateralismo, máxime en un mundo tan fracturado y afligido como el presente.
En consecuencia, volvamos la vista atrás, y si cuando se fundó la ONU sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial en 1945, su misión central era mantener la paz y la seguridad internacionales; hoy también necesitamos aminorar riesgos y ser más cuidadosos con el medio ambiente, más formales con la asistencia y más rectos y coherentes con el decir y el obrar. Bajo este contexto de angustia, sólo cabe el entusiasmo y la tenacidad conjunta, que nos compromete al crecimiento de uno mismo hacia los demás, con un enfoque de cooperación multilateral responsable. Precisamente, la apuesta por la cultura del abrazo, parte de la verdad. Y a partir de aquí, desde la evidencia, es como se trabaja por la justicia y se defiende la savia existencial.
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